viernes, 13 de marzo de 2015

Lo que veo.


Lo que veo es agua revuelta, agresiva, jugándole a las rocas un pulso sobre cuánto va a tardar en erosionarlas. Llega la espuma hasta la orilla y borra las pisadas que hace siete segundos exactos he dejado en la arena. Una pareja juega con una estaca que ha arrastrado la marea a hacer surcos, tal vez escriben sus nombres, o sus fechas, o dibujan uno de esos infinitos que están tan de moda. Como si la eternidad se pudiese prometer, y más en la arena. Esta vez el mar tarda nueve segundos en demostrar que él es el único capaz de dejar huella. Él chico lanza el palo contra una ola que comienza a formarse cerca de la orilla, flota como acunado por la corriente en un vaivén tranquilo, como si el mar se hubiese apiadado de él después del tormento de su inerte vida, como si supiera que ahora le toca ir a la deriva y le diera el consuelo. La chica abraza a su novio por la cintura y él se deja hacer, son jóvenes y eso les embriaga, parece que no son conscientes de que todavía vienen muchas olas y que tal vez no sean capaces de escribir su historia dentro de la tormenta.
Y entonces lo que veo es su futuro. Hoy abrirán los ojos y se verán a oscuras desde la cama pero pasado mañana se preguntarán qué ha salido mal para que ya no estén haciéndose compañía y buscarán en algún local de noche una nueva historia. Por la forma en que se miran confunde atracción con amor, no tardarán mucho en darse cuenta. Un anciano les observa desde más atrás. Anda con pasos torpes, el bastón se hunde y por sus gestos cansados parece que es el único apoyo que le queda. Observa a la pareja con ese anhelo que tan solo aparece en las miradas, tal vez haya acabado allí buscando su vida en otras personas. Quizás sea la única manera de revivirla. Y de repente lo que veo es su pasado. Un ramo de flores, margaritas blancas, aquellas que simbolizaban ese infinito actual pero con la diferencia de que a éstas se las cuidaba porque sí se quería que duraran para siempre. Veo cartas que encerraban secretos, deseo y amor, intenciones ocultas, demostraciones de cariño tan solo a puerta cerrada y no de cara al público. Veo la voluntad de convertir las olas en mar calma, de conseguir en el cantábrico una balsa mediterránea, de haber podido con tsunamis. Y todo esto lo veo en la margarita blanca de su solapa, en el anillo de compromiso en su dedo anular y en los ojos colmándose de lágrimas cuando la pareja se da la mano y se retira.
Lo que veo es un mar bravo, desafiante, que arrasa con todo lo que se pone a su paso y arrastra lo que desea consigo.
 Y lo que veo es tiempo, siete segundos en que llegue una nueva ola. Veinte segundos de beso. Cuatro en dar un nuevo paso. Y una historia eterna frente a un relato de cinco capítulos que ya se acerca a su fin.


2 comentarios:

Archivo del blog