lunes, 15 de septiembre de 2014

Sírvame un vaso, de esos que escuecen.



Miraba el vaso pensando cuántos tragos necesitaba beber para acabarlo y tocar fondo mientras las personas de su alrededor cada vez se animaban más. Algunos llegaban hasta a celebrar con un brindis alguna de esas tonterías que te animan la vida a ratos. Pero él no formaba parte de eso, aquella vez no había encontrado diversión en la bebida sino la abstracción.
Lo movió y el alcohol subió por las paredes del vaso para hacer el recorrido de nuevo a la inversa. Como las olas de un mar en calma, un vaivén suave en el que le hubiese gustado verse inmerso, tan solo por encontrar quietud y conseguir por fin dejarse llevar.
Hasta que alguien le golpeó sin querer y acabó manchándole la camisa. Durante varios segundos observó como su bebida se zarandeaba de un lado a otro e impotente se levantó y golpeó el vaso contra la barra del bar. El alcohol se derramó cayendo al suelo, salpicándole los zapatos mientras pequeños cristales se clavaban en su palma.
Fue entonces cuando apretó los dientes y pegando empujones salió a la calle, pero no sin dejar la propina de un sin pagar con un portazo.
Una vez fuera se quitó los cristales mientras la rabia suplantaba el dolor físico en sus gestos, porque aquella era su vida, una continua lucha por conseguir una calma que cuando llega ni se evapora, ni desaparece. Se la arrebatan con golpes que le acaban rompiendo.
Igual que ese vaso que se arrepintió de no haber bebido... Porque si lo hubiese hecho tal vez los dos se hubiesen consumido y él estaba deseando conseguir algo parecido a apagarse.
Como remedio comenzó a caminar aunque no sé bien hacia dónde, supongo que al no tener la oportunidad de irse lejos prefirió perderse por sus calles y abandonar sus malos recuerdos en alguna esquina. A veces el mínimo contacto con uno puede hacerte mucho daño y esa lección él ya se la sabía. Se había sentido defraudado y traicionado más veces de las que uno quiere vivir, y cuando viajaba al pasado al intentar dormir Morfeo ya no le acunaba y acariciaba al escucharlo, ahora le abandonaba a su suerte prestándole un cuchillo cargado de angustia al Insomnio para que el dolor en el pecho lo mantuviese despierto durante toda la noche.
Ahora es un chico incapaz de sentir y tal vez por temor a hacerlo... Al igual que al que le gusta vivir a oscuras pero acaba temiendo al color negro.
Y es que al final la vida es eso, un vaso de algo que escuece con una cuenta atrás que no depende de los tragos que nosotros demos.

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