viernes, 9 de mayo de 2014

Y que cuando me mires, comprendas a qué me refiero.



He leído tantos relatos sobre la ausencia que ahora cuando me faltas siento que vivo en un cuento, de los que me hacen viajar entre los sinónimos de la tristeza y perderme por cada una de las acepciones de la nostalgia. Pero solo esta desorientación ante tu falta me hace sentir la perfecta metáfora de la angustia.
Todo por culpa de esas guerras de silencio que libramos por orgullo, y tu desinterés ante las sacudidas de voz que retengo en mi garganta.
Como si no se notase en mi manera de darte la espalda que guardo una retahíla de máximas que echarte en cara.
Así que abramos el diccionario y vayamos directos a tu indiferencia, conocida también como displicencia, aunque prefiero el término frialdad. Porque aunque sea de inviernos y no haya nada mejor que tu tacto gélido bajo las sabanas, no estaría de más que tuvieses un temperamento más acogedor, de esos que no sólo se caldean a altas horas de la madrugada.
Estoy cansada de ser esa antítesis que cuanto más se esfuerza por olvidarte con mayor facilidad te recuerda. Aún sabiendo que últimamente no es recíproco.
Así que demonos otra vuelta por mi diccionario y lleguemos a "involucrar."
Juntos, porque es lo único que siempre te he pedido, un poco de compromiso, una implicación emocional.
Que yo entiendo que la rutina y el trabajo te cansan, que yo te canso, pero no ejerzas un paralelismo entre la extenuación y tu vida, porque momentos grises siempre hay muchos pero para algo se inventaron los pinceles. Y si es cuestión de coger una brocha y narrarte de color cada una de tus paredes, yo me presto voluntaria.
Te relataré poesía en tonos ocres, como aquellos atardeceres que perdimos en la mudanza.
Y teñiré con palabras verdes de esperanza tus miradas más tristes.
Que si hace falta me invento mitos sobre el azul de tus ojos o te describo desde la lírica cuánto me gustan tus imperfecciones.
Te contaré si quieres esa leyenda que corre por el barrio y dice que sin ti la desdicha me persigue a donde vaya y que la melancolía se personifica cada mañana para pintarme los ojos de esos tonos grises de lo que con tantas ganas huyo.
Que como sabes, toda novela necesita personajes principales, y yo no quiero seguir escribiendo si tú no eres el mío.
Se acabaron las escenas retrospectivas, el remontarnos en el tiempo cuando tú hiciste qué al yo decir algo.
Utilicemos la elipsis para esos momentos malos y dejémonos de paradojas, porque quiero calarte y llegarte, sin que tengas que buscar el significado a lo que digo, porque sólo yo quiero ser el sentido de mis palabras, y que cuando me mires, comprendas a qué me refiero.
Ya sabes lo que dicen, sólo un escritor es capaz de hacerte inmortal, así que no te vayas más y seámoslo juntos.

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